Este artículo es parte de la edición de mayo, 2020

Editorial: Desde el confinamiento

La verdad es que se nos hace difícil enfocar el tema de la situación por la que estamos pasando en relación con el COVID-19 pues información no nos falta, desde la brindada por las estadísticas oficiales del día – a mediados de abril – hasta los informes relacionados con el sector avícola, las opiniones seudomédicas de algunos comentaristas y los mensajes apocalípticos de determinados científicos.

Obviando lo primero, pues cabe suponer que cuando el lector acceda a este texto la situación, en España y en el mundo, será más o menos diferente, los efectos de la pandemia, con el obligado confinamiento y el parón de la mayor parte de las actividades económicas – en España, como en la mayoría de los países afectados – ha representado un profundo trastorno que nadie se podía imaginar. Sin embargo, dejando aparte los efectos sobre los mercados avícolas, por informarse sobre ello en otros lugares de este número, no cabe duda de que la humanidad entera se enfrenta con el COVID-19 a un reto de unas proporciones inimaginables, de la categoría de las grandes pestes que asolaron el mundo en el medioevo.

Y si bien en los países desarrollados hemos podido ir solventando el problema – aun a costa de ver casi colapsados nuestros servicios sanitarios y presenciar como los médicos se enfrentaban al tremendo dilema moral de decidir qué pacientes podían ingresar, o no, en unos cuidados intensivos desbordados -, nos aterra pensar cómo puede evolucionar en aquellos otros continentes en los que la población humana convive en unas condiciones higiénicas deficientes y con escaso acceso a los cuidados médicos que podemos tener nosotros, aun con las críticas consiguientes.

Otro tema preocupante es la falta de coincidencia de las estadísticas, no solo de las publicadas por distintos países, sino incluso dentro del mismo, tanto en la forma de contabilizar los contagios, como los fallecimientos, etc.

 

Así no es de extrañar que los poderes públicos no se pongan de acuerdo en las formas de actuar y que mientras en España los políticos de una Comunidad critican a los de otra, en la misma Unión Europea dos países vecinos hayan adoptado medidas muy diferentes. Y hablando de política, el papel de China merecería un comentario aparte, no ya solo por ser el origen del virus – ¿y hasta cuando continuarán con sus mercados callejeros de los animales vivos? -, sino por su «éxito» en atajarlo y hasta por la aparente eficaz actuación de sus autoridades sanitarias en ello.

Claro que con su régimen político es más fácil que con los nuestros, cuando lo cuestionamos todo…. Finalmente, la nota positiva es la de los notables avances que parece que se están consiguiendo en el desarrollo de una vacuna eficaz contra el virus, con una colaboración impensable años atrás entre las principales multinacionales e instituciones de la salud humana. Solo cabe rogar a Dios para que, realizadas las pruebas de rigor, llegue a tiempo para su aplicación masiva a la población. Llegados a este punto, olvidando por un momento los contagiados y los fallecidos, seguramente lo peor es la “debacle” económica que todo ello está ocasionando y que continuará.

Y todo ello tiene lugar ante unos políticos que mientras en nuestra Unión Europea no han sabido adoptar unas acciones conjuntas, en otros casos han mentido descaradamente y en otras, en fin, han mostrado una inaudita despreocupación ante lo que se venía venir. Así no es de extrañar que destacados científicos nos hablen de un “colapso” de la humanidad y de que otros, en fin, prevean que las secuelas económicas a largo plazo serán mucho más profundas y duraderas que las que nos está dejando la misma enfermedad.

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