Este artículo es parte de la edición de agosto, 2019

MERCOSUR Y EL POLLO

              Dedicado este número prioritariamente al pollo, por un lado con énfasis en su patología y, por otro, con un resumen de la “radiografía” que el Ministerio de Agricultura nos brinda anualmente sobre este sector, creemos conveniente abordar aquí, aunque someramente, otro aspecto de esta producción que, a la larga, nos puede afectar profundamente. 

            Nos referimos, concretamente, a la reciente cumbre del G-20 y el acuerdo firmado a fin de junio en Osaka – Japón – entre la Unión Europea – UE – y los países integrantes del Mercosur – Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay -. De índole claramente económica, ha sentado las bases para establecer las futuras relaciones del libre comercio que regirán los intercambios de productos entre estos dos bloques para los próximos años, desde los industriales que a la UE le interesa exportar hasta los avícolas y ganaderos que aquellos desean colocarnos.

            Y aquí es donde entramos nosotros, por lo que se ha llamado en los medios el “sacrificio” del sector del pollo europeo, con el previsible aumento de las importaciones  del cono sur americano, para compensar lo que a la UE le sobra, desde automóviles hasta productos lácteos. Nada menos que 180.000 t más de carne de pollo, sin ningún tipo de arancel, se sumarán anualmente a las que el gigante del grupo del Mercosur, Brasil, ya nos está enviando.

            Como se puede suponer, las organizaciones avícolas no han tardado en poner el grito en el cielo, comenzando por la AVEC, que aglutina las asociaciones nacionales de productores de pollo, hasta los mismos sindicatos agrícolas, como se refleja en la nota que publicamos más adelante en este número.

            La razón se explica en el informe que publicamos en los números de febrero y marzo de este año sobre la competitividad del sector de la carne de ave en la UE y, principalmente, en la parte final del mismo, con la comparación entre nuestros costes de producción y los de otros 6 países, con Brasil a la cabeza entre ellos en cuanto al mínimo ¡ un 21 % menos por kilo canal que los de la media de la UE !.

            Así, con la misma diferencia porcentual en el coste de la alimentación en Brasil, en comparación con la de los pollos comunitarios, con una legislación laboral mucho más laxa, una casi inexistente regulación sobre el bienestar animal, un problemático respeto por el medio ambiente – ver las deforestaciones en el Amazonas – y un controvertido control sanitario – recuérdese el escándalo de las carnes brasileñas de hace dos años -, no es de extrañar que sus canales de pollo puedan llegar a venderse aquí con ventaja en comparación con las nuestras. Y frente a todo ello, nosotros solo tenemos la obvia cortapisa de la seguridad alimentaria, aparte de nuestra preferencia por el pollo fresco en vez del congelado ….

            No obstante, vueltos de un importante supermercado en el que unos cuartos traseros de pollos foráneos, congelados, – de Alemania y el Reino Unido – se vendían actualmente a un precio un 17 % inferior que otros, frescos, de producción nacional, nosotros nos preguntamos hasta que punto el consumidor español – y el comunitario, en general –aguantará sin decantarse por aquellos. Porque si bien hoy no tenían muchos compradores, ¿qué nos puede deparar el futuro, frente a una buena oferta en sus precios?

            En resumen, el problema está servido  aunque nos quede la esperanza de que el citado acuerdo aun tenga que ser aprobado por todos los Estados miembro de la UE, así como por el Parlamento Europeo, que podrían exigir algún cambio en el texto final. 

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