Este artículo es parte de la edición de enero, 2018

POR DELANTE … NO TODO EL
CAMINO ES VINO Y ROSAS

Por más que desde hace ya algunos años hayamos olvidado la costumbre de indicar el volumen de nuestras SELECCIONES AVÍCOLAS en el que nos encontramos -es decir, el año que hace a partir del momento en que se inició este medio en un ya lejano 1959-, es posible que algún lector habitual haya detectado, como nosotros, que con este número estamos iniciando el 60º tomo de esta publicación.

De ahí que, aun no siendo tan “redonda” la efemérides como la de unas “bodas de oro”, nos permitamos recordar lo mucho que ha llovido desde entonces y muy profundos han sido los cambios acaecidos en todo, el mundo y nuestro país, a nivel político, económico, social, etc., configurando una situación absolutamente distinta de la de aquel entonces.

Sin ir más lejos, en lo referente a la avicultura pensemos que hace 60 años se tardaba casi 3 meses para producir un pollo de poco más de un kilo de peso y que una buena ponedora apenas llegaban a poner 200 huevos al año. Y que, en cuanto a nuestros consumos avícolas “per cápita”, se estimaban en unos 5 kg de pollo o unos 100 huevos al año … si hemos de creer en las inefables estadísticas oficiales de aquellos tiempos.

¿Quién nos iba a decir que hoy España se ha convertido en una potencia avícola exportadora de huevos y pollos a varios continentes y que nuestras explotaciones poco tienen que envidiar de las más avanzadas de aquellas otras economías desarrolladas? Esto significa, a nuestro entender, que la producción avícola puede sentirse satisfecha del camino recorrido, mientras que el consumidor puede agradecernos el que le hayamos facilitado el cambio de poder comer un pollo tal vez solo los días festivos a hacerlo a diario y en muy variadas formas.

Sin embargo, ello no significa que podamos sentirnos del todo satisfechos pues aun siendo muy diferentes los retos con los que hoy nos enfrentamos que los de hace 60 años, no son menores. Por ejemplo, ¿se piensa suficientemente en la falta de una genética avícola nacional y el que tengamos que depender de un número cada vez menor de empresas multinacionales para repoblar nuestras granjas? ¿Y en la absoluta dependencia de una soja, como principal materia proteica, que también tiene que llegarnos de ultramar, cuando no de algunos cereales para suplementar la insuficiente producción nacional de éstos? O, para acabar, ¿qué decir de la cada vez menor disponibilidad de productos farmacológicos para realizar “legalmente” un tratamiento a nuestras aves?

Ya sabemos que estos son solo un pálido ejemplo de los mil retos con los que se enfrenta la avicultura actual en el que debe lidiar, además, en un entorno global, aunque en el quehacer diario del productor sean otros los temas que nos preocupen. Por ejemplo, si pensamos por un momento en el tamaño de las explotaciones avícolas, ¿no es desesperante ver que para subsistir en el feroz mercado actual lo tengamos que hacer con naves cada vez más gigantescas? Y ¿no es igualmente frustrante el que unas nuevas regulaciones legales desde Bruselas nos encorseten cada vez más en unas determinadas formas de trabajar? O, para finalizar, ¿cómo defendernos ante las presiones de los grupos defensores a ultranza del bienestar de los animales para que cambiemos nuestros sistemas de producción?

Bien sabemos que estas preguntas son dardos lanzados al aire y que cada una de ellas merecería un análisis muy profundo. Sin embargo, ya que recordamos el camino recorrido y nos felicitamos por los logros de nuestro sector, también creemos que sería injusto no mencionar que no todo es vino y rosas lo que tenemos por delante.

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