Este artículo es parte de la edición de octubre, 2016

El huevo, ¿natural?

Hace aproximadamente un mes, al escribir estas líneas, un periodista de “El País” cargaba en un artículo contra “la tontería de lo natural” por parte del consumidor en general, dando pié para que, luego, otro comentarista se explayase en la revista “Industria Avícola” sobre el tema y, al igual que el anterior, refiriéndose en general a todo tipo de productos alimenticios.

Sin embargo, en ambos casos hemos encontrado a faltar la referencia del huevo en su consideración como “natural”, por lo que, a diferencia de lo que podría decirse del pollo actual, que poco tiene que ver con el de antaño – aunque ello no represente ninguna crítica a este alimento, una de las principales fuentes de proteína de la humanidad -, creemos que vale la pena recordar algunos aspectos del mismo. Así, al menos, tendremos la oportunidad de coincidir con la celebración, este octubre, del Día Mundial del Huevo, que ya glosaremos, como corresponde, en el próximo número de SELECCIONES AVÍCOLAS.

En primer lugar, en lo referente a la “naturalidad” del huevo de gallina, diremos que, a excepción de aquellos pocos que se puedan adquirir “enriquecidos” con vitaminas, minerales, DHA, etc., la inmensa mayoría de los que consume la humanidad hoy son iguales que los que tenían nuestros antepasados en su dieta ya que nada han hecho los investigadores ni los productores para cambiarlo, salvo, si acaso en la mejora de la calidad de su cáscara. Por tanto, podríamos decir que los espléndidos “huevos rotos” que ha puesto de moda un célebre restaurante de Madrid son idénticos que aquellos de los que nos hablaban nuestros abuelos, en el supuesto de que no se hubiera cambiado el tipo de aceite …

Pero hay algo que sí ha cambiado, la “máquina” elaboradora de este “increíble huevo comestible” – como reza el slogan publicitario norteamericano -, la gallina. Y no hace falta remontarse a los textos avícolas de hace años para ver que lo que no ha dejado de mejorar es la genética de las ponedoras, blancas o de color, que, año tras año, están poniendo en manos de los productores unas estirpes cada vez más productivas, sea en su producción, en su eficiencia alimenticia, en la calidad de sus huevos, etc.

Aparentemente, en esto último parece no haber límites, como nos demuestran los datos publicados por las firmas de genética aviar con los registros individuales de postura de sus gallinas. ¿No nos habremos fijado todos, ante la puesta de más de una gallina aislada, que de un huevo al siguiente actualmente apenas se pase de las 24 horas?. Y así no es de extrañar el dato que nos brindaba hace poco una conocida empresa de genética de que una cuarta parte de las ponedoras que controlaba llegaban a poner 171 huevos en 175 días, lo que significa casi un 98 % de producción. Ni tampoco el que casi la mitad de ellas ponen de 90 a 180 huevos por nidada, es decir, “seguidos”, para entendernos, sin concederse ni un día de descanso. Increíble… hace unos años, pero no hoy. 

A destacar, además, que estos logros se han alcanzado con unas gallinas blancas o de color –es igual – “todo terreno”, que si bien se han ido seleccionando para su producción en jaulas –mayoritaria hasta la fecha en el mundo desarrollado -, tanto se han utilizado en este sistema como sobre yacija o en régimen de libertad. Y aunque desde hace ya muchos años los genetistas se hayan planteado la pregunta sobre si la selección de las gallinas debe enfocarse para un tipo determinado de producción, como sea que no ha sido así, afortunadamente nos encontramos con unas aves que, aunque previsiblemente cambiemos en unos años, continuarán sorprendiéndonos con la entrega del producto más natural del mundo, el huevo. •

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