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SUSCRIBIRSEEste artículo es parte de la edición de enero, 2016
Información
Hace poco menos de 50 años –en 1968, concretamente– el sector del huevo norteamericano primero y luego también los de la mayoría de los países industrializados -España incluida– tuvieron que soportar el “bombazo” que representó el comunicado de la Asociación Americana del Corazón -AHA– recomendando no consumir más de 3 huevos por semana a fin de reducir el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular. Y poco después, en los años 70, un desafortunado comentario de una alta autoridad británica en torno a las intoxicaciones alimentarias debidas a la contaminación de los huevos por salmonelas terminó por hundir este mercado en el Reino Unido, aunque ello diese lugar a que en el conjunto de la Unión Europea, al igual que en otros países, se tomaran unas medidas de control de este agente infeccioso que, a largo plazo, han terminado dando sus frutos.
Todo ello es agua pasada, como bien deben recordar nuestros lectores de más edad. Y si lo sacamos a colación ahora es, en primer lugar, por la publicación de una revisión sobre el tema del huevo y el colesterol en un artículo titulado “Los 50 años de rehabilitación del huevo” en el que su autor –el Dr. Donald J. McNamara– rebate aquella recomendación y aporta un sinfín de testimonios en relación con las propiedades de este producto.
Continuando con el huevo, es evidente que la información que hoy tenemos sobre él nos sitúa en un punto que, por ejemplo, está permitiendo que, concretamente en España, Inprovo –respaldado por el Instituto de Estudios del Huevo– pueda desarrollar una campaña de comunicación, a lo largo de todo el país, para poner las cosas en su punto en relación con este producto.
En el caso del pollo, en cambio, la situación es bien diferente. Tomando como base, también, el mercado norteamericano por lo abierto que es a la información, creemos que es interesante referirse a una encuesta recientemente realizada por el Consejo Nacional del Pollo –NCC– con objeto de conocer lo que el país opina sobre esta ave. Y sus resultados son sorprendentes al detectarse que: a) el 78 % de los norteamericanos encuestados creen que los pollos son aves genéticamente modificadas -conteniendo así OGM-; b) el 77 % que reciben hormonas o esteroides en su alimentación; c) el 73 % que contienen residuos de antibióticos; d) el 68 % que se crían en jaulas.
Ante tales demostraciones de ignorancia, el NCC ha reaccionado desmintiendo tales opiniones y brindando la información pertinente para demostrar la calidad de uno de los productos estrella de la gastronomía estadounidense.
Nuevamente, pues, nos encontramos con el mismo término, la información. Y en un mundo en el que, en general, hoy en día todo se basa en ésta –aunque no solo a través de los clásicos medios escritos, sino también en los audiovisuales– nosotros quizás también tendríamos que preguntarnos si el consumidor español está suficientemente informado acerca de nuestros dos productos, el huevo y el polo. La respuesta, mucho nos tememos, sería negativa, al menos en virtud de los comentarios recogidos, a nivel de calle, de las personas con quienes hemos tratado de estos temas en los últimos tiempos.
Y, ante ello, una paradoja: mientras en el caso del huevo, sobre el que ya se informa por parte de Inprovo, el consumo se halla estancado, en el del pollo, en el que, a nuestro saber, no se ha hecho tal cosa, el consumo –al menos el nacional– sigue una línea levemente ascendente. Con ello, entonces, cabría preguntarse que otros factores pueden influir en el mismo, como por ejemplo, los precios de estos productos, especialmente en comparación con los de otras fuentes proteicas, las formas de presentación, etc.
En suma, un tema complejo, a ser abordado por los expertos en marketing, aunque en todo caso recurriendo a la imprescindibilidad de la información que hoy nos ha motivado para este comentario editorial.