Este artículo es parte de la edición de noviembre, 2015

Bienestar

Así, a secas, porque ¿a que bienestar nos referimos, al nuestro o al del ave?

Sin embargo, no se nos negará que, con esta palabra hoy se nos llena la boca y que, como diríamos en castellano, nos la encontramos “hasta en la sopa”, al igual que los anglosajones con su traducción por “welfare”. Pero, para aclararnos de entrada, veamos una de las definiciones del término que más nos han agradado: “Situación en la cual se encuentran satisfechas las necesidades de la vida” (Diccionario de la Lengua de la Enciclopedia Catalana).

Dicho esto, permítasenos filosofar un poco sobre el bienestar humano, referido, por supuesto, al de quien vive de la avicultura, sea productor o técnico. Si en nuestro comentario editorial del mes pasado nos referíamos a una UTP – unidad de trabajo/persona – mínima de 60.000 pollos, al haber conocido luego el intento de llegar hasta 80.000 broilers – en 2 naves–, nosotros nos preguntamos en que condiciones tendrá que operar éste para hacerlo tanto con eficacia como con el mínimo stress personal.

Bien sabemos que hoy, cuando hablamos del gigantismo de las actuales explotaciones – sean de pollos, como a las que aludíamos el pasado mes, como de recría o de puesta –, ya contamos con toda clase de automatismos –,aunque aun no se haya inventado ningún artilugio que nos recoja las bajas – para facilitarnos el trabajo. Pero creemos que nadie podría objetar a aquellos criadores que en más de una ocasión nos han indicado que les resultaba más agradable el trabajo de antes, en naves con ventanas, que en las actuales de tipo cerrado. Y ya no hablemos de otras condiciones laborales que, al menos en España, muy pocas veces se tienen en cuenta, como son los ambientes cargados de polvo, amoníaco, etc. de los que nos consta que hay en algunas granjas. Informes no faltan sobre ello.

¿Y en lo referente al del ave?. Por más que en las reuniones avícolas de nuestro país no siempre se aborde el tema, es normal que en las celebradas en otros lugares de nuestra Unión Europea el término salga a colación infinidad de veces, afectando lo discutido en torno al mismo, a no demasiado largo plazo, a todos los productores comunitarios.       

Como ejemplos hay mil: la célebre Directiva sobre el bienestar de las gallinas – que nos obligó, en el 2012, a cambiar totalmente las baterías de puesta -, lo estipulado sobre la densidad de los broilers – en términos de la carga por m2 -, la prohibición del corte de picos clásico de hace años y, posiblemente en breve, de cualquier tipo de recorte, lo que se ha legislado ya en parte de Alemania para prohibir el sacrificio de los machitos recién nacidos de las estirpes para puesta, etc.

Aun no ciñéndonos exclusivamente a lo nuestro, la avicultura, hay otro motivo de preocupación a más largo plazo, el de la llamada “Europa del bienestar”. Porque realmente, aparte de los antes citados temas legislativos, no se puede negar que hoy nos movemos en un entorno en el cual las condiciones sociales, laborales, sanitarias y medioambientales han configurado un cuadro que no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo. Pero frente a esta referencia de progreso, paz y libertad se alzan varios retos no pequeños: las dudas en torno a la firma del tratado de libre comercio entre la UE y Estados Unidos – TTIP–, objeto ya de discusión y oposición en los medios ganaderos, la grave situación bélica en Oriente Medio, con la secuela de una ingente masa de emigrados políticos que difícilmente podremos absorber, etc.
Como puede verse, bienestar sí, pero con un horizonte no demasiado claro. •

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