Este artículo es parte de la edición de abril, 2014

SITUACIÓN ACTUAL DE LA PERDIZ ROJA EN ESPAÑA

Durante las últimas décadas se ha producido un descenso más o menos generalizado de todas las especies de caza menor en Europa, tendencia de la que no escapa nuestra afamada “patirroja”. Considerando el número de perdices abatidas por los cazadores como indicador de la pobla­ción en la temporada de caza, se constata una merma de aproximadamente una cuarta parte de los efectivos entre los años 1990 y 1994 en todo el país, si bien a partir de ahí se observa un au­mento progresivo en las tablas de caza, principalmente en las zonas consideradas tradicionales y donde predomina el ojeo como modalidad de caza, debido sobre todo a la liberación masiva de perdices procedentes de cría en cautividad y no a una recuperación real de las poblaciones sil­vestres.

La desaparición de la especie se debe más a pequeñas reducciones de la densidad en gran­des áreas – generalmente aquellas donde nunca fueron demasiado abundantes – que a disminu­ciones importantes en pequeñas zonas, privilegiadas por la diversidad de su hábitat y por su nú­mero de animales.

Causas de la regresión de poblaciones: aumento de la mortalidad

El declive de la perdiz roja se fundamenta, básicamente, en dos hechos diferenciados: el au­mento de la mortalidad y la disminución de la eficacia del proceso de cría, destacando este últi­mo como problema principal.

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Disminución de recursos naturales

Numerosas actividades humanas repercuten sobre los hábitat que ocupan nuestras perdices, provocando finalmente una pérdida de su calidad por disminución de la disponibilidad de alimento y agua, lugares de nidificación y refugio, menor tranquilidad y aumento de especies competido­ras, entre otras causas. Dentro de estas actividades podemos citar:

  • aumento del turismo rural y actividades en la naturaleza, como camping, excursionismo, recogida de setas, itinerarios en motos y quads,
  • inadecuados aprovechamientos forestales, como la sustitución de masas forestales au­tóctonas -robles, encinas, acebuches- por otras más rentables económicamente -frutales, eucaliptos, pinos-,
  • impactos ambientales derivados de la creciente urbanización, con la construcción de más infraestructuras viales, urbanizaciones,
  • abandono de zonas rurales y los usos tradicionales del monte, con proliferación del mon­te bajo, desaparición de cultivos de montaña,
  • incendios forestales,
  • y, por encima de todas, la moderna agricultura y todos los cambios que la han acompa­ñado, como la concentración parcelaria, causante de una generalizada homogeneización paisajística, desaparición de linderos y aumento de la red de caminos rurales; utilización de variedades vegetales de ciclo corto para minimizar pérdidas que provocan un adelan­tamiento de las labores agrícolas coincidentes ahora con el ciclo biológico de las perdi­ces, especialmente eclosiones y crecimiento de los pollos; abandono de cultivos de lade­ra; sustitución de cultivos de secano por regadíos nada favorecedores para las perdices y que extraen ingentes cantidades de aguas subterráneas provocando la desaparición de fuentes, charcas, lagunas, humedales, canalización de arroyos; aparición de nueva ma­quinaria agrícola que permite una mayor velocidad en los laboreos, segar a menor altura e incluso de noche, menores pérdidas de grano en campo…

Plaguicidas

Los insecticidas influyen muy negativamente sobre la supervivencia de los pollos, debido a que eliminan del campo la mayoría de los insectos, alimentación básica de los perdigones du­rante sus primeras semanas de vida, dependiendo el tamaño de las polladas, en gran medida, de la disponibilidad de alimento. Asimismo, la escasez de insectos fuerza a los animales a mover­se más en busca de alimento, quedando más expuestos a los predadores. Además, podría favo­recerse el envenenamiento de animales a través de la ingesta de insectos moribundos.

Por otro lado, los herbicidas se emplean fundamentalmente sobre plantas adventicias, pro­veedoras del alimento preferido por las perdices, eliminando su disponibilidad en el campo y fa­voreciendo su ingesta y posterior intoxicación.

Predación

La perdiz es una de las especies de nuestra fauna con mayor número de depredadores. Por ello, su dinámica demográfica depende, en gran medida, de la relación presa-predador.

A grandes rasgos, se pueden clasificar sus depredadores en especialistas, como el águila per­dicera -ieraaetus fasciatus Vieillot, 1822 y oportunistas o generalistas, como el zorro- ulpes vulpes Linnaeus, 1758 .

En el caso de los predadores especialistas, sus poblaciones evolucionan conjuntamente con las poblaciones de sus presas, merced a la dependencia de la dinámica presa-predador a que se ven sujetos. Por tanto, no se puede culpar a estos de la disminución de la población de per­dices, al mantener un equilibrio estable, presentando a su vez un declive paralelo al de la per­diz roja.

No sucede lo mismo con los predadores oportunistas, aquellos que no dependen de una die­ta restringida a un número determinado de presas, lo cual les permite independizarse de la di­námica dependiente del sistema presa-predador. Así pues, sus poblaciones no se ven influencia­das por el descenso de la población de perdiz roja, de modo que en muchos casos la densidad de las poblaciones de perdiz roja es menor que la de los predadores oportunistas, quienes siguen presionándola, causando mayor impacto.

Estos predadores oportunistas se han visto favorecidos por la proliferación de vertederos, ba­sureros, granjas y carreteras que les suministran alimento sin límite, por la ausencia de una ges­tión cinegética adecuada con planes de control de predadores y por el surgimiento de un con­servacionismo mal entendido en la sociedad actual -fundamentalmente urbana y sin relación directa con el medio natural-, presentando en la actualidad unas densidades muchas veces in­usuales y desorbitadas. Al margen del aumento de los predadores oportunistas, también la desaparición de presas alternativas, fundamentalmente el conejo de monte, favorece un aumento de la predación sobre el resto de las especies diana, en este caso la perdiz roja. Esto se confirma con el gran descen­so de la presión de predación por parte de zorros y rapaces no especialistas sobre las especies cinegéticas los años en que se constatan plagas de roedores.

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Liberación directa para caza.

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Liberación desde jaulón de aclimatación.

Incidencia de la caza

Hay que tener en cuenta que el principal predador de la perdiz roja es el hombre, así como el único que por sobrecaza puede llegar a extinguirla.

La caza y el furtivismo actúan persiguiendo a las perdices y de esta persecución un porcen­taje de animales se captura y se cobra, otro se abate pero no se cobra y un tercero queda en for­ma de animales malheridos en el campo. Después de un día de caza las perdices que sobreviven quedan agotadas y hambrientas, siendo más vulnerables frente a otros predadores, ya que no tie­nen fuerzas para escapar y el hambre les hace exponerse más de lo habitual.

Además, en la actualidad asistimos a un incremento de la presión cinegética sobre la perdiz, debido, por una parte, a la masificación de la caza y a la tecnificación y organización del furtivis­mo y, por otra, a la disminución de las poblaciones de presas alternativas como apuntamos an­teriormente. Así, la desaparición del conejo de monte -Oryctolagus cuniculus Linnaeus, 1758- aso­ciada a enfermedades como la mixomatosis y la neumonía hemorrágico vírica y la rarificación de las liebres ibérica y europea -Lepus granatensis Rosenhauer, 1856; Lepus europaeus, Linnaeus, 1758-, han propiciado que muchos cazadores deriven sus preferencias de caza hacia la perdiz.

Enfermedades

Salvo algunas parasitosis esporádicas y brotes de enfermedades infecciosas anecdóticas que pueden tener un impacto negativo en poblaciones silvestres, las enfermedades no pueden con­siderarse como una amenaza para la perdiz silvestre. No obstante, hay que garantizar la suelta de animales sanos para evitar trasladar enfermedades de la granja al campo, dado que se ha de­mostrado que repoblaciones con perdices criadas en cautividad en inadecuadas condiciones -es­pecialmente por elevada densidad- y que no hayan pasado los pertinentes controles higiénico-sanitarios, pueden favorecer la aparición en las poblaciones silvestres de enfermedades no comunes en la perdiz roja silvestre.

Repoblaciones inadecuadas

Un problema frecuente en las repoblaciones es la respuesta de los predadores ante las ele­vadas densidades de presas generadas artificialmente en las proximidades de los puntos de suel­ta de aves de granja. Este contratiempo se acentúa, además, por el fenómeno de la predación múltiple, consistente en la captura de un exceso de presas por parte de algunos mamíferos, prin­cipalmente el zorro. La suelta masiva de animales inadaptados puede provocar incluso un incre­mento de la predación sobre sus homólogos autóctonos. Además, la presencia en el campo de es­tas presas fáciles de capturar puede dar la oportunidad de especializarse en su captura a espe­cies que nunca lo hubieran hecho. Estas circunstancias negativas sobre las repoblaciones se tra­tan de corregir actualmente de dos formas: por una parte controlando de forma exhaustiva los predadores según los métodos permitidos por la Ley -no siempre fácil y de costosa aplicación- y, por otra, mediante la separación de las sueltas en varios lotes para reducir la atracción que es­tos ejercen sobre los predadores. Por otro lado, existe un riesgo real de contaminación genética de la perdiz silvestre al liberar animales híbridos con otras especies, una de cuyas consecuencias puede ser una menor adap­tabilidad al medio que le rodea y una mayor susceptibilidad a predación -Casas y col., 2011-.

Disminución de la natalidad

Diferentes situaciones se han señalado como causantes de este fracaso reproductivo:

Incidencia de plaguicidas y herbicidas

Numerosos estudios acerca de la incidencia de ciertos pesticidas y plaguicidas sobre nues­tra fauna han arrojado conclusiones interesantes.

Así, trabajando con reproductores, Albaiges y col. –1987- descubrieron, tras un estudio siste­mático de órganos y tejidos de aves del Parque Nacional de Doñana, una acumulación preferen­cial de los compuestos organoclorados en gónadas e hígado, concluyendo que puede existir una implicación de estos compuestos en el éxito reproductivo de las perdices, con atrofia del siste­ma reproductor tanto masculino como femenino, reflejado en un descenso en la producción de huevos.

En lo que respecta a los huevos, Hernández y col. –1986- analizaron muestras provenientes de diferentes especies de aves rapaces españolas, encontrando una contaminación generalizada por organoclorados que, aunque están presentes en concentraciones inferiores a las que se con­siderarían tóxicas para las aves, sí que pueden causar mortalidad embrionaria. En igual sentido, Ruiz -1992- ha comprobado que el DDE produce, a través de diversos mecanismos, que el depó­sito de calcio en la cáscara del huevo sea menor de lo normal, con lo que ésta resulta más del­gada, fina y frágil, reduciéndose, pues, el porcentaje de huevos viables en cada puesta.

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Perdigones criados con adultos antes de ser liberados.

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Hábitat ideal para la perdiz roja, con abundancia de refugio y alimento.

En la actualidad se está llevando a cabo un importante proyecto de investigación sobre los efectos de tres de los compuestos más frecuentemente utilizados en el blindaje de semillas en el campo español, dos fungicidas -tiram y difenoconazol- y un insecticida –imidacloprid-. Los pri­meros resultados del proyecto, promovido por la Real Federación Española de caza y la Oficina Nacional de la Caza, con la colaboración de la Fundación Biodiversidad, mues­tran que dos de ellos -tiram e imidacloprid- o bien tienen efectos letales directos sobre las perdi­ces o bien producen en las perdices que sobreviven pérdidas en su condición corporal, despig­mentaciones, disminución de su respuesta inmunitaria, disfunciones del tamaño del huevo y grosor de la cáscara, menor probabilidad de supervivencia y reducción de la tasa de crecimiento de los pollos hijos de estas perdices.

Destrucción de nidos

En la actualidad, una cantidad apreciable de nidos de perdiz no llega a buen fin por diversas causas.

El cambio de cultivos tradicionales y la introducción de nuevas tecnologías en la agricultura, tales como la siembra de semillas selectas de ciclo corto o la utilización de modernas cosechado­ras y segadoras, hacen que se recojan mucho más temprano y con mayor rapidez inmensos cam­pos de cereales, donde las perdices establecen sus nidos, destruyéndose así huevos y polladas.

Además, la concentración parcelaria y otras medidas agrarias provocan la desaparición de linderos donde las condiciones de nidificación son idóneas, viéndose las perdices desplazadas hacia cunetas de carreteras, caminos y veredas, lugares donde la vegetación de cobertura del ni­do es suficiente, si bien se ven sujetas a mayor presión depredadora y situaciones estresantes por el tránsito de personas, animales y vehículos.

Por otro lado tenemos el problema de los expolios de nidos. Según diferentes estudios, des­tacan en primer lugar los cánidos, ya sean perros asilvestrados o zorros, responsables de la pér­dida de más de la cuarta parte de los nidos. Les siguen en importancia los córvidos, principal­mente las urracas, y los pequeños roedores. Finalmente tendríamos un cajón de sastre con especies que tienen menor incidencia, como erizos, lirón careto, lagarto ocelado, y culebras bastarda y de escalera. También debemos considerar dos especies en clara expansión demográfica y con gran impacto sobre las nidadas en determinadas zonas, el jabalí y la cigüeña blanca. Por último, no se pueden olvidar los expolios de nidos por el propio hombre.

Fragmentación del hábitat

La fragmentación del hábitat, consecuente a la pérdida de calidad de los mismos, acaba por aislar núcleos de población entre sí, desapareciendo la posibilidad de emparejamientos y cría en­tre individuos de poblaciones diferentes. De este modo, se provoca una endogamia que, a la lar­ga, produce una disminución en la variabilidad genética, con graves consecuencias como un des­censo en el tamaño de las puestas, reducción del porcentaje de fertilidad de los huevos y nacimiento de pollos menos resistentes y viables. Este aislamiento genético ya se ha presentado como uno de los principales factores que dificultan la recuperación de algunas especies amenazadas, co­mo es el caso de la perdiz pardilla ibérica.

Posibles soluciones

Lógicamente, todas las soluciones pasan por minimizar el efecto de las actividades anterior­mente citadas como causas de disminución.

Mejoras en el hábitat

La gestión cinegética debe fundamentarse sobre todo en una mejora de los hábitats, propi­ciando aquellos que favorezcan un mayor éxito reproductor de la especie. Sin embargo, no todas las medidas de gestión se aplicarán por igual siguiendo un modelo estándar, sino que depende­rán de las características propias de cada ambiente: climatología, vegetación y actividades hu­manas, entre otras.

Además, en muchos casos la caza es un aprovechamiento secundario a las actividades agra­rias, ganaderas o forestales ejercidas en el territorio, con lo cual las medidas de mejora han de ser compatibles con ellas.

El factor número uno a tener en cuenta sería incrementar la disponibilidad de refugio, ali­mento y agua. En zonas agrícolas consistirá en disponer parcelas de siembra dedicadas en ex­clusiva a la fauna silvestre, de forma que queden libres de las intensas labores agrarias propias de los cultivos del entorno, donde se busca productividad máxima. Por tanto, en estas parcelas no se utilizarán productos nocivos para la fauna -fertilizantes, herbicidas, pesticidas…-, no se cose­charán o, de hacerlo, se retrasará hasta pasada la crianza de los pollos, no se pastorearán, y se­rá preferible la siembra directa. Es aconsejable mezclar varias especies vegetales compatibles -cereales y leguminosas- que aseguran una provisión de alimento variado durante todo el año, así como el desarrollo de diferentes especies de insectos.

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Perdices en un comedero artificial.

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Perdices usando un bebedero artificial.

En zonas no agrícolas se tratará de aumentar el área disponible para alimentación de las per­dices, fomentando la producción herbácea y de plantas adventicias a través de clareos o des­broces de matorral.

Por último, en aquellos casos en los que las recomendaciones anteriores no sean posibles o re­sulten insuficientes, se puede recurrir a la distribución en épocas críticas de comederos artificiales.

En cuanto al agua, se tratará de recuperar los abrevaderos naturales -fuentes, manantiales, arroyos- o bien se instalarán bebederos artificiales, especialmente en los ecosistemas de zonas áridas y semiáridas, donde la disponibilidad de agua para la fauna silvestre es limitada.

En el caso extremo de que no exista cobertura vegetal se instalarán refugios artificiales y, paulatinamente, se procederá a la recuperación de márgenes y linderos, dejando sin arar las su­perficies de barbecho, e incluso realizando plantaciones de especies arbustivas.

Paralelamente, se hace necesario instaurar un adecuado control de predadores oportunistas teniendo en cuenta las principales especies que pueden ser problema en la zona, sus densidades y la legislación vigente. Se han de incluir aquí los predadores domésticos, en forma de perros y gatos asilvestrados e incontrolados, así como el control del furtivismo, a través, fundamental­mente, de una guardería debidamente preparada. Además, en este punto se manifiesta especial­mente la necesidad de ampliar el control a los terrenos del entorno, llevándolo a cabo de forma constante y mantenida, ya que en caso contrario es fácil que se produzca el “efecto sumidero”, siendo rápidamente recolonizado por los predadores. Es beneficioso disponer de estercoleros va­llados y sellados para evitar que los zorros y córvidos se alimenten en ellos.

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Detale de un lindero que proporciona refugio y alimento para los perdigones.

Como complemento a todo lo anterior, sería muy interesante favorecer técnicas agrogana­deras más beneficiosas para las perdices:

  • utilizar cultivos o variedades de ciclo largo,
  • recurrir a la siembra directa, que mantiene siempre rastrojo,
  • abonar con estiércol, o al menos enterrar los productos químicos mediante volteo,
  • emplear herbicidas e insecticidas de baja toxicidad, correctamente dosificados y dejan­do los márgenes de las parcelas sin tratar -al menos 3 m-,
  • retrasar la cosecha en la medida de lo posible y dejar rastrojo con al menos 20 cm de al­tura, o incluso algo más en los márgenes,
  • posponer la recogida de paja y la quema de rastrojos,
  • no sobrepastorear los rastrojos, respetando especialmente las márgenes,
  • controlar el impacto del ganado doméstico en la época de incubación y cría.

De la obra “Manual de producción y gestión de perdiz roja” (Ed. Nanta S.A.), por Carlos Sánchez García-Abad, José A. Pérez Garrido, Jesús V. Díaz Cano, Francisco J. González yJoan Fuster Monzo.

Con el apoyo de:
En esta edición abril, 2014

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