Este artículo es parte de la edición de enero, 2013

El límite…

Aunque, en principio, se supone que este habitual comentario editorial solo ha de versar sobre temas relacionados con la avicultura, el no vivir en un medio estanco a la evolución de nuestra sociedad nos ha permitido reflexionar sobre el papel que tiene nuestro sector y los límites con los que nos podemos encontrar.

Concretándonos a la avicultura para carne y, aun más precisamente, al pollo, si nos preguntamos sobre los límites de esta producción la respuesta no es fácil, aun partiendo del conocimiento de lo que hemos avanzado en los últimos 10, 20 ó 40 años y de que continuemos en la misma línea. Veamos simplemente algunos detalles:

  • en materia de genética, las repetidas experiencias de Havenstein y col. ‑la última referencia, del 2003‑ nos muestran que la mayor parte de los progresos de los últimos 50 años –en velocidad de crecimiento, conversión alimenticia, peso de la pechuga, etc.‑ han venido de esta banda, por las mejoras introducidas por las estirpes,
  • en cuestión de nutrición, todos somos conscientes de lo que se ha avanzado en precisión en cuanto a formulación de las raciones ‑con aminoácidos digestibles‑, al empleo de una mayor gama de cereales gracias a la utilización de enzimas, etc.
  • en cuanto al medio ambiente, también es una evidencia ‑y más en nuestro país‑ la mejora que ha habido en las instalaciones, cada vez mayores, más cerradas y dotadas de toda una serie de automatismos y controles informatizados que pocos años atrás nos hubieran parecido de ciencia ficción.

Nos quedan, evidentemente, retos por cubrir pues ni el perfeccionamiento de los tipos de vacunas hoy aplicadas ya en nuestras granjas ni el gran avance que ha representado, por ejemplo, la cada vez mayor aceptación de la vacunación in ovo, nos pueden permitir respirar con tranquilidad ante determinadas enfermedades víricas ‑incluyendo la lejana, pero permanente amenaza, de la influenza aviar‑, los problemas colibacilares, etc.

Pero, en fin, cabe suponer que, con el tiempo y contando con los avances de la ciencia, los problemas los iremos superando y si, por ejemplo, en los últimos 20 años hemos conseguido aumentar la ganancia media diaria de peso de nuestros pollos en más de un 40 %, creemos que no es descabellado pensar que en el futuro sigamos en la misma línea y que continuemos batiendo records en torno a unas conversiones alimenticias cada vez más reducidas.

Pero si hasta aquí podamos tener las cosas claras, de igual forma que en cuanto a nuestro consumo de carne de pollo, no lo es tanto el reto que se nos presenta, a nivel global, por dos aspectos en apariencia independientes, pero  no tanto:  

  • El creciente consumo de “terceros” países.  Entrecomillando ya este calificativo, por lo elástica que resulta tal calificación, si bien nuestro consumo de carne de pollo –unos 25 kg per cápita y año‑ seguramente seguirá una línea sostenida o bien muy ligeramente ascendente, el de la mayor parte de las economías de otros continentes ‑África, Asia y parte de Latinoamérica‑ está ascendiendo muy rápidamente. Como ejemplos, mientras que del 2005 al 2015 se prevé que el consumo de carne de pollo de un país cercano a nosotros, Argelia, aumente en un 21 %, en el mismo período el de China puede hacerlo en un 17 %. Y aunque en este último caso el pollo venga acompañado del pato, no se puede olvidar que, para ello, necesitará unas cantidades crecientes de soja y otros granos que el país no podrá llegar a producir y que, al tener que importar, afectarán al alza a sus precios en los delicados mercados mundiales.
  • Los efectos del cambio climático. Aun sin adentrarnos en este actual, complejo y debatido tema, a raíz de la filtración de un informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, sabemos que en el último siglo la temperatura media de la superficie de la Tierra ha aumentado 0,8 ºC, el nivel de los océanos ha subido, el de los gases invernadero también, el de los glaciares y los hielos de los casquetes polares ha retrocedido, etc.

Si unimos esto a lo anterior y pensamos que para cubrir las crecientes necesidades de proteína animal de las economías emergentes ‑como las dos antes mencionadas‑ se requerirán, además de las materias primas necesarias, unas ingentes cantidades de agua, no podemos menos que preguntarnos de donde saldrá todo ello y en que nos afectará al resto de economías “ya equilibradas” ‑es un decir‑. Porque, si como decía hace poco un destacado economista brasileño, nosotros hemos tenido el mérito de transformar el pollo en el Coca-Cola de las carnes ‑quizás vulgarizándolo en exceso‑ es lógico que todos quieran hacer lo mismo, pero ¿a costa de qué?

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