Este artículo es parte de la edición de septiembre, 2015

Fuera de nuestras fronteras…

Finalizado un verano “tranquilo” – aunque una tranquilidad completa no existan para el ser humano, pues siempre hay algo que la altere -, volvemos a nuestros quehaceres diarios sin ningún aspecto avícola acuciante pero, forzados por lo que hemos visto o hemos leído últimamente, con una inquietud general por lo que se cuece fuera de nuestras fronteras, entendiendo por estas tanto las políticas de nuestros Estados como las mentales de nuestro entorno.

En primer lugar, lo más inmediato, el drama de la inmigración con el que se enfrenta Europa, materializado por las olas de refugiados que, antes en nuestras plazas africanas, como en Canarias, y luego en las costas italianas, en Calais o en Budapest, etc., huyendo del hambre y de la guerra en sus países, buscan en nuestra sociedad desarrollada un lugar para vivir dignamente. Las imágenes de las tragedias que suceden a diario nos sacuden continuamente y lo malo es que no se vislumbre una solución inmediata al problema, en gran parte fruto de unas anteriores políticas colonialistas de las que muchos países deberían avergonzarse.

Y, mientras tanto, en diferentes lugares se han alzado voces alarmando sobre los efectos que tiene el mayor consumo de carne de la humanidad, debido al calentamiento global -0,8 ºC en los últimos cien años -, abogando por tender a lo vegetariano para no aumentar la huella de carbono. Lo malo de esta teoría es la involucración de la avicultura en ello por ser en su conjunto – carne y huevos – la producción animal que ha tenido un mayor crecimiento en los últimos 50 años, no ya en nuestra vieja Europa, sino en otros países con enormes poblaciones – China, India, Brasil, etc. – que han descubierto que nuestras aves son el medio más rápido para aumentar el consumo de proteínas de su sociedad en desarrollo.

Si bien es evidente que el consumo excesivo de proteínas de origen animal contribuye de forma importante a un aumento de los llamados “gases de efecto invernadero”, muchas veces se olvida que nuestras aves son las menos responsables de ello. Según un documentado estudio de la ONU, de unas 3.200 millones de toneladas de CO2 que cada año se vierten en la atmósfera procedentes del ganado, solo el 1,9 % proceden de la avicultura, mientras que las del ovino son de un 16,3 %, las del porcino suman un 18,7 % y ¡ las del vacuno un 60,3 % !.

En este contexto, sin negar la implicación de nuestra avicultura en el problema – aunque mínima, en comparación con otros sectores ganaderos –, creemos que este sector puede seguir con su política expansiva sin preocupación por un excesivo consumo proteico a través de la carne o del huevo. Y sin olvidar, además, que en el caso de aquella, muy buena parte de la implicación china en el crecimiento de la producción se debe al pato, su principal producción, no al pollo.

En fin, ¿no ve el querido lector que el fin del verano y el regreso al trabajo también dan para pensar?

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