Este artículo es parte de la edición de agosto, 2015

Marta Cerdà

Investigadora del CReSA

Marta Cerdà es investigadora en el CReSA (IRTA), responsable de la línea de investigación en infecciones zoonóticas bacterianas y resistencia a antimicrobianos. Doctora en Ciencias Biológicas por la UB, especialidad Microbiología, su actividad investigadora se centra en el estudio de infecciones bacterianas zoonóticas transmitidas por alimentos. Los proyectos de I+D desarrollados en los últimos años -convocatorias nacionales y Séptimo Programa Marco de la UE- se han centrado especialmente en Campylobacter en avicultura, y están enfocados en mejorar el conocimiento de la epidemiología de este patógeno, así como en el desarrollo de mecanismos para su control en granja.

Marisa Montes

[email protected]

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Siempre se habla de la bioseguridad como primera medida para erradicar Campylobacter a nivel de granja. ¿Cree que aún hay que convencer al granjero de la importancia de la bioseguridad?

A día de hoy, la única medida que tenemos para combatir Campylobacter es la bioseguridad, porque no disponemos de otras herramientas. Y cuando hablamos de combatir, hablamos no tanto de eliminar, que es casi imposible, sino de reducir la prevalencia. ¿El granjero es consciente de la importancia de la bioseguridad? Sí, hasta cierto punto, pues no siempre se es consciente de qué medidas concretas hay que aplicar, y cómo aplicarlas correctamente. Ello conduce a realizar un esfuerzo en aplicar toda una serie de medidas que al final no son efectivas debido a su incorrecta o incompleta implementación. Por otro lado, normalmente cuando se habla de bioseguridad, suele ser a nivel de granja. Pero para el control de Campylobacter es imprescindible llevar a cabo también unas medidas de bioseguridad a nivel de nave. Con ello se evita que si la bacteria entra en una nave, se propague al resto de naves de la granja.

Ya que hablamos de naves, ¿cuáles son los puntos críticos que hay que vigilar en estas instalaciones?

Lo primero de todo, lo imprescindible, es que toda nave tenga una antesala. Esta se tiene que dividir en dos partes, la zona sucia –donde puede haber Campylobacter- y la limpia –donde no hay y no queremos que entre, la zona donde están los pollos-. El problema que nos encontramos hoy es que las granjas con antesala no han estado pensadas, cuando se montaron, para esta división; por tanto, debemos tener un poco de imaginación y encontrar soluciones, y una puede ser simplemente poner un banco que delimite las dos partes. Uno llega con la ropa de calle, tiene que cambiarse –también el calzado-, lavarse y desinfectarse las manos, pasar a la zona limpia y ponerse la ropa y el calzado específico de esa nave y pasar por el pediluvio. A la hora de salir, hay que limpiarse bien las suelas del calzado antes de salir de la nave –con un cepillo o la rejilla-, pasar por el pediluvio, quitarse la ropa de trabajo, lavarse y desinfectarse las manos, ponerse la ropa y calzado de calle y, si hay que visitar otra nave, repetir todo el protocolo para la siguiente.

“Con Campylobacter debemos concienciar a toda la cadena alimentaria, y eso incluye al consumidor”

Pero aparte de este protocolo, ¿hay lugares especialmente críticos en una nave a los que se haya que prestar especial atención?

Efectivamente, también hay que pensar en los diferentes puntos por los que puede entrar Campylobacter: evitar la entrada de animales, por lo que hay que revisar que las mallas pajareras de todas las ventanas estén en buenas condiciones; realizar un adecuado control de plagas (trampas para roedores en los lugares adecuados y con las pertinentes revisiones periódicas); revisar grietas en paredes y suelos por los que puedan entrar insectos, lagartijas, moscas, ratones, etc. La nave debe ser estanca, y esto significa un trabajo continuo del día a día, revisando cómo está todo y si hay que hacer reparaciones. Requiere constancia.

¿Cómo está España en prevalencia de Campylobacter si la comparamos con otros países de Europa?

En cuanto a prevalencia, los países escandinavos son los que tienen, con diferencia, una menor prevalencia, por dos razones: la climatología –las bajas temperaturas hacen que haya menos Campylobacter durante largos periodos de tiempo- y por otro lado, porque hace muchos años que están trabajando por reducir los niveles de esta bacteria en avicultura, especialmente implementando medidas de bioseguridad, que han dado sus frutos. En Europa, cuanto más al sur, mayor es la prevalencia. En el proyecto europeo CamCon (www.camcon-eu.net), en el que en uno de los estudios se realizó el seguimiento de todos los lotes criados en una serie de granjas de todos los países participantes, la prevalencia de Campylobacter por países fue, de menor a mayor: Noruega, Dinamarca, Holanda, Reino Unido, España y Polonia.

¿Cómo valora la comunicación que se está haciendo desde las instituciones en este tema? Si nos comparamos, por ejemplo, con el Reino Unido, allí se están llevando a cabo campañas informativas muy claras dirigidas al consumidor…

Pues sí. También es cierto que en el Reino Unido hay otra mentalidad y manera de hacer. Por un lado llevan más años que nosotros siguiendo este tema, y por otro lado, a nivel de sociedad y de la problemática que representa para la salud pública, lo tienen más integrado. Si en España preguntas a los consumidores por la Salmonella y la salmonelosis, saben de qué les estás hablando. No ocurre lo mismo con Campylobacter y la campilobacteriosis. En definitiva, es muy necesaria la concienciación a nivel de toda la cadena alimentaria, desde la granja hasta la mesa, y eso incluye al consumidor, que tiene que llevar a cabo unas medidas higiénicas básicas al manipular los alimentos en la cocina. •

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